La sociedad del riesgo democrático

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Participé del panel Epistemología y Sustentabilidad del III Congreso Iberoamericano de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología en la Ciudad de Buenos Aires. Estaban como compañeros de mesa Hugh Lacey, Ricardo Gómez, Fernando Tula Molina y Gustavo Giuliano.

Las temáticas fueron muy distintas, desde la soberanía alimentaria, hasta la crítica feroz a las aproximaciones constructivistas de la tecnología, pasando por preguntas muy básicas como la pregunta por el ser humano para dar cuenta de cómo deberíamos pensar a la tecnología.

Mi ponencia, muy corta debido a la mala organización del Congreso, se centró en la otra cara de la sustentabilidad: el riesgo.

El trabajo es producto de diversas discusiones durante algunas clases en Salamanca con la gran profesora Ana Cuevas quien planteaba la idea de Sociedad del Riesgo.

Tal vez la diferencia entre las dos caras del mismo problema es que una supuesta “ciencia de la sustentabilidad” busca soluciones a partir de una mayor integración disciplinar en tanto que la idea de “Sociedad del Riesgo” de Giddens parece aportar ciertas miradas sociales (o blandas en general) a problemas que en principio se podrían considerar como causados por factores científico-tecnológicos (es decir, provenientes de prácticas “duras”).

Dando por supuesto que la ciudadanía debería participar en la decisión de qué tecnologías aceptar o no, el trabajo plantea que dicha participación es parte de la tendencia de la aceptación de la idea de la democracia deliberativa. Pero la deliberación puede definirse bajo mecanismos top-down (Rawls, Giddens, Habermas, Jasanoff, Knorr-Cetina) o bottom-up.

Plantea el riesgo de que el espacio deliberativo sea muy pequeño debido a que queda ahogado entre dos esquemas representativos: entre el nivel nacional y el nivel de los “actores sociales”. Ambos esquemas representativos se caracterizan por una opacidad institucional y la representación está en manos de “profesionales” (personas que tienen las condiciones necesarias para ejercer la actividad representativa).

Por otra parte plantea la existencia de la opacidad mediática, en parte por la propia constitución de los medios masivos y la agenda pública, y parte por el propio contexto posmoderno como lo plantearía Vattimo.

Critica posiciones que creo están fuera de la realidad como el optimismo de Levy con respecto a Internet o la exageración del control de Olivé basado en el reclamo ético. En forma más moderada menciona algunos casos en los que fue posible burlar la opacidad mediática a través de la Web como en el terremoto de Chile 2010, lo que abre la discusión hacia las culturas de Internet (Aibar) y los nativos digitales (Prensky).

Concluye que el verdadero riesgo no se encuentra en los temas que se discuten (el cambio climático, por ejemplo) sino en la combinación de estas opacidades disfrazadas de transparencia que constituyen el mecanismo de deliberación.

Finaliza con un reclamo por la búsqueda de alternativas de espacios de diálogo:

Dentro del marco del deseo de sustentabilidad, o su equivalente en términos de riesgo, hay mucho que debemos escuchar sobre distintas formas de organización más alla de las tradicionales que albergan a los supuestos de militancia y participación social. Es necesario buscar el diálogo para enriquecer el espacio deliberativo más alla de ese pequeño terreno sospechado y a veces cooptado que deja la representación ejecutiva y parlamentaria en relación con las organizaciones de la sociedad civil que también funcionan sobre la base de la representación “profesional”.

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