Un ingeniero filósofo

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Agustin Courtoisie

Este es un generoso artículo de Agustín Courtoisie para la Revista Relaciones (“Ciencia, tecnología y sociedad. Llegó para quedarse”, en revista Relaciones Nro. 413 octubre 2018, pp. 5-7. Montevideo.), que también reproduce en su blog.

“Un ingeniero filósofo”, Courtoisie dixit…

 

 

Ciencia, Tecnología y Sociedad (OEI/ Moreno Castro/ Parselis)

En épocas de la vida en que uno se podía apasionar algo unilateralmente por la lógica clásica o el ajedrez, los consejos de Aristóteles acerca de incluir “género” y “diferencia específica” en cualquier definición que se precie de tal, me resultaban hitos de un mundo fascinante.  Después la experiencia vital va aflojando ciertos esquemas rígidos y uno deja de andar con un grueso manual para pegarle en la cabeza al interlocutor cada vez que comete ciertas imprecisiones. Pero todo tiene su límite. La variedad de asuntos de la definición del campo CTS es tal, que a veces parece una gran sombrilla de picnic que protege todo tipo de cosas.

Pero quizás necesitamos un abordaje  menos rígido que el de conseguir una definición a rajatabla. Hablemos, por ejemplo, de caracterización. Claro que si la sigla CTS la sustituimos meramente por “Ciencia, Tecnología y Sociedad”, como una yuxtaposición mecánica de términos, siempre surgen voces inteligentes que sugieren, por ejemplo, como lo hace el argentino Hernán Miguel, ¿por qué no hablar en cambio de “Ciencia y Tecnología en Sociedad”? (Miguel,  2016). Es una muy buena sugerencia.

También otras posibilidades se abren incluso, si hablamos de CTS como del recorrido común de muchas otras disciplinas, o de algo que las atraviesa a todas en algún tramo. Esa es la estrategia de la Organización de Estados Iberoamericanos que en su portal web propone varios párrafos que de modo acumulativo parecen dar cuenta cabal del dominio que intentamos conceptualizar (OEI, 2018):

“Los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, o estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad (CTS), constituyen un campo de trabajo en los ámbitos de la investigación académica, la educación y la política pública. CTS se origina a partir de nuevas corrientes de investigación en filosofía y sociología de la ciencia, y de un incremento en la sensibilidad social e institucional sobre la necesidad de una regulación democrática del cambio científico-tecnológico. En este campo se trata de entender los aspectos sociales del fenómeno científico-tecnológico, tanto en lo que respecta a sus condicionantes sociales como en lo que atañe a sus consecuencias sociales y ambientales”.

El portal de la OEI insiste en un aspecto crucial: “El enfoque general es de índole interdisciplinar, concurriendo en él disciplinas de las ciencias sociales y la investigación académica en humanidades como la filosofía y la historia de la ciencia y la tecnología, la sociología del conocimiento científico, la teoría de la educación y la economía del cambio técnico”.

Por último, la OEI recuerda los amplios y numerosos objetivos de CTS, que oscilan virtuosamente entre la divulgación científica, la educación formal e informal y hasta la formación del público en cierta responsabilidad crítica (insinuando incluso cierto control ciudadano de la ciencia y la tecnología):

“CTS trata de promover la alfabetización científica, mostrando la ciencia como una actividad humana de gran importancia social. Forma parte de la cultura general en las sociedades democráticas modernas. CTS trata de estimular o consolidar en los jóvenes la vocación por el estudio de las ciencias y la tecnología, a la vez que la independencia de juicio y un sentido de la responsabilidad crítica. CTS trata de favorecer el desarrollo y la consolidación de actitudes y prácticas democráticas en cuestiones de importancia social relacionadas con la innovación tecnológica o la intervención ambiental”.

No podemos dejar de consignar cierto punto esencial en la generosa y amplia caracterización de la OEI:  “CTS intenta contribuir a salvar el creciente abismo entre la cultura humanista y la cultura científico-tecnológica que fractura nuestras sociedades” (OEI, 2018).

PERIODISMO Y DIVULGACIÓN CIENTÍFICA

Por todos los abundantes rasgos identificados por la OEI en las prácticas académicas, educativas, institucionales y comunicacionales, concernientes todos ellos a CTS, es preciso desglosar algunos capítulos para no perderse en generalidades, ni confundir niveles y registros. Tal es el caso del periodismo y la divulgación científica, pero también el de la educación superior destinada a asuntos que constituyen uno de los núcleos de CTS (admitamos por un momento que puede haber más de uno).

Hacia 2010, la OEI impulsó la II Edición del Curso  Iberoamericano de Formación de Agentes de Cultura Científica. Un año después se prolongó la iniciativa con el dictado de un curso de Experto Universitario en Divulgación y Cultura Científica, una oferta de posgrado de la Universidad de Oviedo, España. Finalmente, en 2011, los periodistas y los investigadores en comunicación científica articularon los más diversos enfoques en un volumen titulado Periodismo y divulgación científica. Tendencias en el ámbito iberoamericano (Moreno, 2011).

En la Introducción, la compiladora Carolina Moreno muestra las múltiples facetas que ofrece la comunicación científica, tanto desde el punto de vista de las decisiones personales como de las colectivas. Una dimensión que el volumen se propuso analizar es el papel de los medios de comunicación: “Hay numerosas cuestiones que están generando controversia social, como las centrales nucleares, los transgénicos, las antenas de telefonía móvil, el consumo de la sacarina, el uso de medicamentos genéricos, o el cambio climático, entre otros, y que los medios de comunicación abordan tratando de evidenciar la falta  de consenso científico o la unanimidad de éste” (Moreno, 2011, p. 11).

¿Qué impactos sociales produce la comunicación pública de la ciencia? Según Moreno, “los trece capítulos de este libro pretenden ofrecer una visión sistémica que permita concebir cómo se ha generado el marco teórico en torno de la comunicación científica en el contexto iberoamericano” (Moreno, 2011, p.12). Deben describirse al menos algunos de los trece capítulos para dar una perspectiva cabal de este ambicioso emprendimiento.

Periodistas e investigadores del Brasil, del Núcleo de Estudios sobre Divulgación Científica del Museo de la Vida , Fundación Oswaldo Cruz (Río de Janeiro) ofrecen “La cobertura de la ciencia en América Latina: estudio de periódicos de élite en nueve países de la región”. Las claves para divulgar ciencia se expresan en “De la divulgación científica a la ciencia mediática” de Manuel Calvo Hernando y Antonio Calvo Roy. Por su parte, “Ciencia, tecnología, sociedad y medios de comunicación” ocupa a Noemí Sanz, relacionando medios y sistemas de C&T e innovación.

La exploración de la percepción social de la ciencia revela insuficiencias de los medios en cuanto a tareas divulgativas, pero también de los sistemas formales de educación. Para entenderlo, involucrando el desafío de indagar indicadores y cuestionarios, se escribe el capítulo “Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología” de Oscar Montañez. Un capítulo muy importante es “Participación pública en ciencia y tecnología” de Polino y Chiappe: “Para que los ciudadanos puedan participar y hacer propuestas a las instituciones sobre temas que les afectan, tienen que tener información al respecto u una opinión avalada por estudios o informes científicos que puedan ser elevados a la Administración. Además, de tener una conciencia cívica que les ayude a movilizarse, a favor o en contra, deben haber recibido información a través de los medios ”. En este asunto recuerdo una frase de un entrañable amigo personal ingeniero y a la vez doctor en filosofía: “Si vamos a discutir la seguridad de una planta nuclear prefiero hacerlo con ingenieros y no con una asamblea de vecinos”. Es muy compartible este punto de vista, naturalmente. Pero la experiencia muestra que a veces los ingenieros también se pueden encontrar entre los vecinos, y con ellos la gente común puede interiorizarse, mientras que algunos funcionarios técnicos a cargo de la planta pueden incumplir los protocolos. Paul Feyerabend solía discutir esto en varias de sus obras y hoy nos debemos a sus desarrollos quienes promovemos la apropiación ciudadana de la ciencia.

En estas cuestiones, hay mucho que depende del talante persuasivo para comunicar, como insinúa el capítulo “El lenguaje y los formatos de la comunicación científica” de Fernández Bayo y Eugenia Angulo. Pero por otra parte, ¿dónde se nutren  hoy en día los ciudadanos inquietos para obtener información de calidad? Las nuevas tecnologías han hecho posible la multiplicación de fuentes digitales, bases de datos, blogs, plataformas, podcasts, todos de gran valor. Eso puede traducirse en un empowerment de la gente común, si dedica tiempo, trabajo y trabaja mentalmente en red, y no sólo en el sentido de red digital. Algunos de estos puntos se ventilan en “Fuentes de información científica y técnica” de Rosa Martínez, y “La ciencia en Internet y otros soportes interactivos” de  Fernández Muerza.

En esta investigación colectiva de Periodismo y divulgación científica predominan los contenidos en soporte impreso en papel, pero no se descuidan otros formatos, como la radio, la TV o el cine. Tres capítulos pesquisan de modos tan útiles como diferentes temas como “El tratamiento periodístico de la ciencia en la prensa” de Gema Revuelta de la Poza; “Periodismo de divulgación científica en la radio” de Carolina Moreno (la misma autora de la compilación); y “La cobertura de la ciencia y la tecnología en la televisión y el cine” de B. León, que cubre desde clásicos de la ficción cinematográfica como el género “documental de divulgación”.

Dados los nuevos hábitos de conectividad de distintos públicos, el escenario audiovisual debe ser considerado central a la hora de la comunicación pública de la ciencia. En nuestra modesta opinión, en un futuro sería preciso atender nuevos productos que a través de propuestas como las de Netflix u otras análogas, trascienden el mero contenido de transmisión simplificada de modo razonable para el gran público, por verdaderas joyas del periodismo de investigación audiovisual, plenos de denuncias bien fundadas y rigurosas en datos y lenguaje tecnocientífico.

Tal es el caso de “Hard NOx” (episodio de la serie Dirty Money) de Alex Gibney sobre la estafa del “diesel limpio” de Volkswagen; The Bleeding Edge de Kirby Dick, sobre la mega industria de los dispositivos médicos y sus efectos colaterales negativos;  o The Human Experiment de Dana Dachman, documental narrado por Sean Penn, que ingresa de modo muy crítico en muchos temas (productos para el hogar, fármacos, etc.) pero que es especialmente incisivo a la hora de mostrar las estrategias poco éticas del marketing corporativo.

Finalmente, por fortuna no se omiten en el libro las responsabilidades comunicacionales de las instituciones públicas. De eso se encarga “La gestión de la información científica y técnica en las instituciones” de A.Goñi. Tampoco esta obra colectiva olvida el tipo de público que debiera ser el que estimulase en primer lugar los esfuerzos de la educación tanto como de la divulgación  específica para el target involucrado: niños y adolescentes. Se trata de empezar temprano, ahí estaría la clave para que  “la ciencia estuviera presente en la vida cotidiana”. Por ello es preciso estimular las vocaciones científicas con productos que vayan dirigidos a los más pequeños, tal como lo explican María Eugenia Fazio y Dolores Chiappe, en “La organización de actividades para promover la cultura científica”.

PARSELIS: UN INGENIERO FILÓSOFO

Para completar una panorámica que haga justicia a la rica multidimensionalidad del campo CTS, puede recordarse nuestra reseña de Fronteras de la ciencia. Dilemas de Barrio Alonso y Cáceres (2014), en revista Relaciones N° 412 (setiembre de 2018, p. 27). Pero también puede ser muy esclarecedor practicar un acercamiento conceptual a un autor en particular. Por ello en este último tramo presentaremos a Martín Parselis, que respondió con mucha cordialidad nuestras preguntas.

Investigador y docente universitario en más de un continente, conferencista de peculiar carisma y llegada al público, para nosotros Parselis es también el autor de Dar sentido a la técnica. ¿Pueden ser honestas las tecnologías? (Parselis, 2018). Al igual que en los casos de Barrio Alonso y Santiago Cáceres, el recorrido académico de Parselis es singular por su riqueza interdisciplinaria: Ingeniero Electrónico (ITBA), Máster en Administración de Empresas (UCA-EOI Madrid), diplomado en Innovación Tecnológica (Universidad de Oviedo), doctor en Estudios Sociales de la Tecnología por la Universidad de Salamanca, Miembro del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales y del Centro de Estudios sobre Ingeniería y Sociedad de la Facultad de Ingeniería, ambos de la Pontifica Universidad Católica Argentina (UCA).

Dar sentido a la técnica es un libro de impecable calidad expresiva, atributo poco habitual  en el ramo, por decir lo menos. Acierta el autor del prólogo, Gustavo Giulano, al decir que “asumiendo la estética del flâneur, Martín Parselis pasea, vagabundea, con la misma actitud de apertura a lo sorpresivo tanto frente a las iluminadas vidrieras de la tecnología high-end como por los escondrijos de la Deep Web” (Parselis, 2018, p. 9).

¿Cómo movernos en “un mundo colonizado por los artefactos”?  En la breve entrevista de líneas más abajo, el autor justifica algunos de los ítems más llamativos de sus propuestas, pero quiero detenerme en el Capítulo 6, “De la crítica a la acción: algunas ideas vivas” (Parselis, 2018, p.117).  Allí Parselis explica:

“Habiendo abandonado las críticas radicalizadas, que por otra parte consideramos extemporáneas, encontramos esfuerzos de distinto tipo que reclaman cambios en nuestras formas de relacionarnos. Algunas buscan algún valor innegociable para actuar, otras se orientan a la ecología y la sostenibilidad, otras estudian los impactos sociales de las tecnologías, otras intentan ampliar criterios en las actividades y objetivos de las empresas. Esto crea un ‘vecindario’ conceptual que de alguna forma indica que hay intentos para cambiar el enfoque de nuestro modo de producción sin la destrucción total promovida por la crítica radicalizada”.

Y aquí viene una de sus “ideas vivas”:

“Una salida es el diseño ‘de la cuna a la cuna’, como idea que busca superar el diseño ‘de la cuna a la tumba’ que refuerza la obsolescencia programada y la generación de residuos. La idea principal es que los productos se diseñen para que al final de su vida útil alimenten entornos naturales o vuelvan a la industria sin riesgos. Esta idea, que parece difícil de implementar, ha logrado crear un sistema de certificación que ya cuenta con muchos productos que cumplen con estas características. El modo ‘circular’ que plantea el diseño de la ‘cuna a la cuna’ fue integrado a la familia de ideas de la llamada ‘economía circular’, y sugiere nuevos criterios de diseño” (Parselis, 2018, p.117).

Esta “economía circular”, esta idea de la ‘cuna a la cuna’, involucra “edificios que, como los árboles, produzcan más energía que la que consumen y que purifiquen sus propias aguas de desecho, fábricas que produzcan efluentes de agua potable, productos que al final de su vida útil no sean desechos inútiles sino que puedan volver a la tierra para descomponerse y transformarse en nutrientes para plantas y animales (…) miles de millones de dólares gastados en materiales acumulados para propósitos humanos y naturales, transportes que mejoren la calidad de vida mientras proveen bienes y servicios”. El sueño tecnocientífico y a la vez social de Parselis, reviste matices simpáticamente utópicos:  “Un mundo de abundancia, no uno limitado y contaminado” (Parselis, 2018, p.118).

ENTREDICHOS CON PARSELIS

A continuación, para finalizar esta panorámica acerca de un conjunto de disciplinas vistas en su conexión con la sociedad, CTS, compartimos las respuestas de Martín Parselis, en un desafiante ping pong vía mail que aceptó de inmediato.

Agustín Courtoisie:  ¿Más docente que investigador o la inversa?

Martín Parselis: En el sentido formal, tengo más años de docencia que de investigación. Pero algunas de las preguntas que me motivaron a dedicar tiempo a pensar y crear modelos analíticos, vienen casi desde la adolescencia. Soy un ingeniero con preguntas.

AC: ¿Pueden ser honestas las tecnologías?

MP: La honestidad es algo que puede juzgarse en la relación entre un “yo” y un “otro”. La pregunta es quién es uno y otro en las tecnologías, y la respuesta es parte de mi modelo de análisis: las tecnologías son mediadores entre agentes intencionales, y por lo tanto, serán honestas en la medida en que la relación entre esos agentes lo sea.

AC: Es inusual encontrar en la bibliografía del libro de un ingeniero autores como Hanna Arendt, Z. Bauman, U.Bech, G. Deleuze, entre otros. ¿Por qué incluir filósofos?

MP: Es un libro de un ingeniero que no encuentra ciertas respuestas en la ingeniería tradicional. El fenómeno técnico tiene una rica historia reciente en la filosofía. Diría que la mayoría de los filósofos que escribieron en la segunda mitad del siglo XX han tenido en cuenta a la técnica con distintos grados de profundidad (por supuesto los hay anteriores también). Me encontré con los filósofos buscando formas de entender el fenómeno, y tanto analíticos, continentales, posmodernos, esencialistas, o cualquiera de las posibles clasificaciones dan algún tipo de mirada sobre este tópico que trasciende ampliamente el imperativo de la eficiencia como eje de la actividad técnica. En particular, entre los que mencionas, hay rasgos antropológicos que dan enfoques para lograr la honestidad tecnológica, o hablan de fenómenos que en parte dependen de las tecnologías que tenemos.

AC: ¿No tiene sentido la técnica?

MP:  La técnica siempre tuvo sentido porque se hace, no existe sin voluntad e intervención. El libro apunta directamente a quiénes deberían darle sentido. Así, la propuesta de dar sentido (o mejor dicho, de darle otro sentido) se asocia a que los agentes intencionales que desarrollan ciertas tecnologías deben aceptar nuestra intervención, y nosotros debemos desarrollar mejor cultura tecnológica para hacerlo. Dar (otro) sentido es un trabajo de definir qué queremos en el futuro, para nosotros mismos, y para los que nos sigan.

AC: El concepto de flâneur viene de Baudelaire o de Walter Benjamin.

MP: La figura del flâneur  es una excusa más que una referencia literaria para intentar mirar de otro modo el extensísimo mundo técnico que nos rodea y que tenemos naturalizado. Aunque es cierto que la actitud del flâneur de subvertir los procesos cotidianos de la vida en las ciudades tiene que ver con lo mismo: las ciudades son entornos que, además de otras dimensiones, presenta un ineludible dimensión técnica. Los comportamientos y procesos que se llevan a cabo en las ciudades suelen darse sin que les prestemos atención. Un paseo a la flâneur permitiría transitarla como un objeto de observación. Esa es la potencia de la metáfora del flâneur  .

AC: Dar sentido a la técnica es un libro de estilo expresivo muy cuidado, con referencias rigurosas que dan cuenta de su recorrido académico, pero además propositivo: ¿alguna “idea viva” favorita?

MP: La propuesta de Tecnologías Entrañables, el concepto “de la cuna a la cuna” y las subculturas como las que dieron forma a Internet.

AC: En una nota al pie de la página 103, usted plantea que: “Muchos esfuerzos en la investigación privada están dirigidos a la creación de patentes o al registro de propiedad intelectual como instrumento que luego permite la explotación de las posibles aplicaciones de los resultados. Si bien es una práctica habitual, es pertinente la discusión acerca de si cualquier campo de investigación y cualquier resultado puede gestionarse de este modo…” ¿Cuál es su postura en esa discusión?

MP: Los commons no deben poder ser apropiados. Pero el problema es que aquello que consideramos common es un acuerdo que se institucionaliza. Así, dentro de una jurisdicción, es posible reconocer qué bienes pueden apropiarse por privados, por Estados o los que no pueden apropiarse como los commons. Mi postura es que necesitamos discutir mucho acerca de qué podemos considerar common, y estamos lejos de que sea un tema de agenda. En principio hay algunos que en ciertos campos resultarán evidentes como el agua, la atmósfera, los genes, los idiomas, los protocolos de Internet o el conocimiento científico. Pero hay muchos otros.

AC: ¿Es posible divulgar C&T sin infidelidades graves?

MP: No soy un experto en divulgación, aunque parte de mi investigación me llevó a dar especial relevancia a la cultura tecnológica (dejo la cultura científica para otros colegas). Dentro de la cultura tecnológica hay muchos matices y especificidad, pero hay que eliminar la idea de que es cosa de técnicos, porque existe buena parte del conocimiento tecnológico que está asociado a los ciudadanos, lo que llamo cultura tecnológica general, que los habilita a poder ser parte de la mesa de discusión con los expertos y es una condición clave para que podamos dar sentido a la técnica. Me preocupa un poco menos la divulgación que la formación en las escuelas y en carreras no técnicas al respecto.

AC: Sospecho que usted descree de las posturas cercanas a Paul de Feyerabend sobre el control de la ciencia en manos del “hombre de la calle” y de los recientes desarrollos que reivindican la “apropiación social” o incluso la “apropiación ciudadana de la ciencia”.

MP: Sin querer entrar en un conflicto, simplifico diciendo que la política científica si bien está asociada estratégicamente a cada país y región tiene ciertos tópicos en una agenda global en la que colaboran científicos de todo el mundo (me refiero especialmente a la que llamamos básica). En la investigación básica siempre vi una suerte de hacer lo posible entre la vocación de los científicos y los que dirigen el rumbo de la investigación. En el desarrollo tecnológico creo que la voz ciudadana es fundamental porque sus resultados conforman nuestro entorno vital, y por lo tanto cambian nuestra forma de habitar el mundo. Por lo tanto, debemos preguntarnos sobre nuestras posibilidades de intervenir en esa dirección, en dar sentido, y en qué tecnologías poner más o menos esfuerzo en hacerlo. Por lo tanto, no es tanto la idea de apropiación sino de evaluación social de tecnologías que nos van a cambiar.

AC: ¿Sus investigaciones y su docencia se enmarcan en los estudios hoy denominados “CTS”?

MP: El campo CTS es un nombre genérico a muchos campos específicos como la divulgación, los estudios sociales de ciencia y tecnología, filosofía de la tecnología, políticas públicas, etc. Dada esta amplitud sin dudas mi trabajo puede enmarcarse dentro del campo CTS. Pero también es necesario advertir que a veces los nombres se juzgan rápidamente, y no hay que dejar de pensar la técnica, tome el nombre que tome.

 

REFERENCIAS

BARRIO ALONSO, Cipriano y CÁCERES GÓMEZ, Santiago (editores) (2014). Fronteras de la ciencia. Dilemas. Madrid: Biblioteca Nueva, Organización de Estados Iberoamericanos.

MIGUEL, Hernán (2016). “Perspectivas en ciencia y tecnología en sociedad: de las herramientas a los riesgos”. En Tecnología & Sociedad, Buenos Aires, 5, pp. 25-53.

MORENO CASTRO, Carolina (ed.) (2011) Periodismo y divulgación científica. Tendencias en el ámbito iberoamericano. Madrid: Biblioteca Nueva y Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).

ORGANIZACIÓN DE ESTADOS IBEROAMERICANOS  (OEI) (2018). Portal web. Recuperado 20/9/2018: www.oei.es/historico/cts.htm

PARSELIS, Martín (2018). Dar sentido a la técnica. ¿Pueden ser honestas las tecnologías? Madrid: OEI – Editorial Catarata.