De alguna forma nos congregamos. Y esto implica la creación de algo común, algo compartido, que amalgama alguna representación intersubjetiva que, vista desde lejos, podría considerarse de relevancia relativa. Este “ver desde lejos” es mirar “desde afuera” algo que tiene sentido en un “adentro”. El mediólogo Regis Debray en su Elogio de las fronteras discurre entre la ironía y la erudición sobre este punto.
Interpretando a Debray, las fronteras evidentes, las que podrían identificarse como obstáculos entre regiones (ríos, montañas) pueden sugerir la separación entre un lado y otro. Sin embargo, requieren de un “acto de inscripción solemne, el único capaz de transmutar un accidente geográfico en una norma jurídica”. Pero otras fronteras no resultarían tan evidentes, en cuyo caso (ante lo no evidente) se recurre a lo trascendente. “El árbitro supremo permite lo arbitrario”.
“La planificación del espacio y el desarrollo sostenible no son sino una misma cosa. Con una doble función: aislar, como el día festivo separa lo banal de lo extraordinario, y concentrar, en un lugar consagrado, las miradas y los sueños. Es una manera de oponerse al desgaste del tiempo con el fin de que nuestro nosotros no se vaya al garete”.
Crear fronteras necesita sacralizar el “adentro” para durar. Un perímetro amputa para “mejor incrustar”… lo que un yo (o nosotros) pierde en superficie lo gana en duración. “La muralla exalta lo que se arrastra y lo cubre de invisibilidad”.
Pertenecer es asumir un cierre, una frontera, un perímetro… y para eso necesita elementos sacralizados: “un pueblo es una población, más contornos y relatores”. Como nos encontramos en la tendencia borderless, ya no hay límites “entre”, y entonces no hay tampoco límites “a”. ¿A qué? Ser-parecer. Público-privado. Ciudadano-individuo. Noticieros-publicidad.
Pensar en las fronteras como Debray podría indicarnos algo bastante sugestivo (y hoy contracultural) con respecto a la exhibición del “adentro”. Un adentro que entendido como tal radica en algo más sagrado que el afuera, aunque permita intercambios como toda frontera, incluida la piel.
Internet es una de las expresiones más fuertes tomadas como ejemplo de la desaparición de las fronteras. A lo largo de varios años mantuve esa ilusión de lo borderless… pero poco a poco las viejas fronteras lograron tapiar espacios y al final, los discursos optimistas y mercantilistas de las redes se adueñaron de la perspectiva de un mundo global. “Que sea útil poner el mundo en red no significa que podamos habitar esa red como un mundo”.
El panfleto insistente vende el aspecto técnico como único configurador, como el estructurador del mundo sin fronteras. Y es cierto: necesitamos este gran artefacto, pero “hay un trecho desde el conectivo al colectivo”.
Así como hay afectos destinados al secreto, hay un adentro que necesita una piel para seguir siendo organismo.