2010 es año un cierre de década, que ha demostrado largamente no haber sido distinta de los 90 como se ha derramado tantas veces en discursos, al menos en términos de lo que significa un país deseable e integrado al mundo.

2009 fue un año de desquicio y soberbia política. La estrategia del conflicto, la delimitación del otro siempre como enemigo, la lucha que involucra niveles inaceptables de violencia, en un telón de fondo de enorme inseguridad y miedo de habitar nuestro espacio: el espacio público.

Una década de vacío de proyecto argentino común, de institucionalización de grupos adictos a la caja oficial, y de proclamación de derechos por los mismos actores que los destrozan en la gestión diaria.

La clase media en franco camino de reducción a un pequeño grupo que continua sin representación, y que es la salvaguarda de la reconstrucción de la Argentina. Ya no se trata de distintos intereses, sino de países diferentes, con reglas y valores distintos, que se reparten un mismo territorio: Argentina está desensamblada.

A pesar del panorama a nivel país, en el mundo han ocurrido cosas extraordinarias, como también en el entorno de la Web. Los medios de comunicación se han debilitado (no por la ley de medios sino por una redefinición de perfiles y del negocio en todo el mundo), hay voces que hablan en voz alta gracias a nuevos espacios públicos formados en la Web, emerge el efecto de conjunto en la información y el conocimiento que se pone a disposición para cualquier otra persona generando flujos que jamás existieron.

La educación es una preocupación que ha llevado a otros países (muy cercanos como Brasil y Uruguay) a implementar sistemas más actualizados tomando en cuenta la realidad de los estudiantes y midiendo el déficit de la educación que existía. De esto también estamos muy lejos.

La Navidad es una oportunidad para nuestro examen y acción espiritual, que este Año Nuevo sirva para hacer lo mismo políticamente.

Los carceleros de la humanidad no me atraparán, dice Charly. Que así sea.